Puedes ser creyente, agnóstico o incluso ateo. Da igual para la experiencia que te propongo. No hace falta que te guste la música sacra, ni siquiera la música en general.
Hay que acudir a una iglesia que sepamos que ponen música sacra. Preferentemente a una hora en la que esté poco concurrida y esté poco iluminada. Está garantizado sentir sobrecogimiento cuando en la iglesia en penumbra comiencen a sonar los cánticos gregorianos.
Solo cierra los ojos con fuerza hasta sentir el fogonazo o déjalos abiertos pero mirando al infinito. Ahora que está tan de moda, teletranspórtate y comienza a pensar en que estás sobre las nubes, entre algodones, y que las notas que resuenan te hacen avanzar, viendo allá abajo el transcurrir de los humanos mundanos.
No mires a tu alrededor, estás solo en tu universo y notarás cómo se van poniendo los pelos de punta, que la música que cada vez suena más alta, te traspasa y te llena todo tú. Lo has conseguido.
Cuando salgas te sentirás bien, relajado y de buen humor.
Ya me contarás qué tal la experiencia.