Según vas ascendiendo por el valle de Tena, camino de la frontera vas dejando atrás la ermita de Santa Elena (verdadero comienzo del valle según los lugareños), luego el pantano de Bubal, el túnel de Escarrilla y llegas al pantano de Lanuza. Al fondo del mismo, se levanta majestuoso el pico de la Foratata, con sus 2329 metros son como el gigante que marca casi el final del valle, ya que a sus pies se juntan el río Gállego y el Aguas Limpias, comenzando el descenso juntos.
A partir de ahí está la zona de Formigal a un lado y picos varios a la derecha (los Garmos o los Musales), hasta llegar al Portalet, que marca la linde con los franceses. Al otro lado está el pico gemelo de la Peña de la Foratata, el Midi D´Ossau, que con sus 2884 m es el alter ego de nuestro pico.
Vaya por delante que no defiendo los zoológicos a la vieja usanza, como ya he expuesto en este blog en alguna ocasión previa como cuando hablé del zoológico de Budapest que yo conocí. Como siempre, lo que escribo es desde mi libertad y siempre dispuesto a escuchar las opiniones de los demás.
Pero una vez aclarado esto, me gustaría exponer un alegato en defensa de los parques faunísticos como el de Lacuniacha en el Valle de Tena, en el que conviven diferentes especies en semilibertad y en el que se puede disfrutar de los animales sin acercarse en exceso y, en consecuencia, sin estresarles ni generarles daño alguno.
Además de servir de diversión y de ocasión para pasar un agradable día en familia, haciendo un poco de ejercicio, sacando fotos, descubriendo paisajes maravillosos,… realizan una labor importante protegiendo y favoreciendo su cría de animales en peligro de extinción como el lince ibérico o el bisonte europeo, colaborando con otros centros para favorecer su reproducción , como recientemente que se han enviado ejemplares de bisonte a León para su aparejamiento.
Dicen que cuando se empiezan a ver las ardillas por los frondosos bosques es que la primavera ha llegado.
Y es que este simpático roedor cae bien a todo el mundo y supone motivo de regocijo cuando en mitad de una excursión familiar se descubre una saltando de árbol en árbol, huyendo de la mirada osada del niño travieso que la persigue.
Hace siglos los Pirineos eran una dificultad técnica grande de sobrepasar, pero Carlomagno con la Marca Hispánica, el reino de Navarra a ambos lados del Pirineo, el condado de Cataluña hasta el Rosellón,…consiguieron que esa dificultad no fuera infranqueable. Francia y España aún no eran ni una idea.
Los mismos pastores y ganaderos de la zona siempre han tenido claro que de la dificultad siempre se puede sacar provecho y en las cumbres a uno y otro lado de la frontera las reses y los rebaños pasaban un plácido verano y al llegar el otoño bajaban a los valles de cada país para pasar lo mejor posible el crudo invierno.
Los siglos XIX y XIX marcaron rígidas fronteras. Francia y España eran una realidad rígida.
Afortunadamente llegó más tarde el espacio Schengen y hoy en día es difícil diferenciar, afortunadamente, qué es Francia y qué es España. Porque, lo que el hombre altera, la Naturaleza arregla.
Hay imágenes que cuando las ves te llaman la atención. Si tienes tu cámara a mano intentas inmortalizarlas y si lo consigues sientes un cosquilleo interior de satisfacción. Esto es lo que me pasó con esta foto.
Hace mucho, mucho tiempo, cruzar la frontera de Francia era un viaje fantástico, un viaje a lo desconocido. Abandonabas tu «zona de confort» y te adentrabas en un terreno desconocido, una aventura en toda regla.
Era una época en la que al otro lado de la frontera se hablaba otro idioma, se usaba una moneda diferente, para acceder te pedían el pasaporte en regla, el carnet de conducir,… donde te revisaban el coche a voluntad del policía o del gendarme, por si pasabas algo de contrabando, o si eras un malhechor de lo peor habido y por haber…
Por ser diferente, era distinto hasta el clima, ya que al ser de orientación norte siempre era más frondoso en primavera, más verde en verano, más nevado en invierno y con más tonos multicolores en otoño.