Recuerdo los veranos de mi infancia en el pueblo de mis abuelos. Un pequeño pueblo de la Rioja Alta.
Era otra época sin dudas. No había internet, no había siquiera televisión en su casa.
Había una radio que orgulloso contaba mi abuelo como la primera del pueblo, que por algo él había hecho la instalación eléctrica de todo el pueblo.
En consecuencia los niños vivíamos en la calle.
Un día íbamos a buscar nidos, otro a comer cerezas, otro a jugar al frontón…
Pero había un sitio que llamaba mucho nuestra atención. El lavadero.
No había agua corriente en las casas. Así que las mujeres (sí, en aquella época eran solo las mujeres) iban con cestos de ropa sucia a enjabonar, aclarar y de vuelta a casa.
Eran dos pozas, próximas al río, que entonces llevaba agua, con techumbre pero sin paredes.
Y cuando no había mujeres íbamos los niños a botar barcos de papel,.. Con un respeto tremendo porque no sabíamos nadar y no se veía el fondo.
Solo años más tarde, ya mayorcito, tuve ocasión de ver las pozas vacías y comprobar que nuestros miedos eran infundados… y no cubría más de medio metro.
A veces tenemos miedos a cosas sin fundamento y solo el tiempo nos enseña que respeto hay que tenerle a casi todo. Pero miedo a nada.
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