Como cada tarde, antes de ponerse el sol, esperaba el joven Antonio a la doncella que conociera semanas atrás en el horno de los hermanos Sánchez, a mitad de camino de las casas de ambos. Ni una sola palabra se cruzaron, pero su hermosura le encandiló de tal manera que
El cerro sobre el que se alza el castillo de Trujillo desde el s. IX que se inició su construcción se llama Cerro del zorro, probablemente en homenaje a los señores de esas tierras antes de las obras que duraron hasta el s. XII.
Las vistas desde allí de todo el pueblo son una maravilla.
Sus 17 torres, sus cuatro puertas,… dan idea de lo importante de este énclave durante la dominación árabe.
La primavera trae la vida a los campos, que se llenan de brotes, de flores, de color, de aromas de vida… y también a las ciudades, aunque de manera un poco más artificial. Los jardines se llenan de todo tipo de flores y hacen que el triste invierno se mude en la colorida primavera, tan dada a excesos para los sentidos.
Trujillo no es la excepción y a la vez que los pasos de Semana Santa vuelven a dormir su anual sueño, a la espera del incienso del año próximo, la ciudad se ilumina de flores por doquier, quizás como espejo del cercano valle del Jerte.