Vaya por delante que el río Oja, a su paso por Ezcaray, es una auténtica preciosidad.
Uno es consciente de que los ríos llevan menos caudal que antaño. Los embalses y presas cambiaron hace años el paisaje de nuestros campos, de manera irreversible.
Uno es tan bien consciente de que el cambio global está desertizando grandes zonas de nuestro planeta y que como no se tomen decisiones, nuestros descendientes van a vivir en un mundo mucho más inhóspito que el que nos ha tocado disfrutar a nosotros.
En ambos casos queda todo como muy lejano, o hacia el pasado o hacia el futuro. Pero cuando vas paseando por la preciosa villa riojana de Ezcaray en el mes de octubre, te acercas al río y compruebas, con estupor, que el cauce está totalmente seco, como en los peores días de agosto, te das cuenta que algo va mal. te rascas la cabeza, miras aguas arriba y luego aguas abajo, cruzas al otro lado sin ver el líquido elemento y te alejas hacia la antigua estación, meditabundo, pensando cómo sería el cauce del río que da nombre a tu región, ahora hace 100 años, cuando se inauguró el tren de Ezcaray a Haro.
Algo funciona mal en el paraíso.