Cuenta la leyenda que todo era felicidad en el castillo y que los días de fiesta se sucedían y a los fastos acudía toda la corte, luciendo sus mejores galas. Todo ello traía riqueza y felicidad a todos los moradores de intramuros.
La princesa era el centro de atención y no había ocasión en la que ella no deslumbrara por su bondad, su sabiduría y su sin par belleza.
Pero un día la princesa enfermó y a los pocos meses falleció. Todo cambió, sumiéndose la población en una tremenda melancolía y tristeza. Las fiestas cada vez fueron menos fastuosas y acudía menos gente, comenzando a extenderse la pobreza entre los moradores, que poco a poco comenzaron a buscar lares más propicios.
El príncipe comenzó a estar fuera del castillo en muchas ocasiones y fruto de los pocos desvelos de los asistentes, cada vez la Naturaleza se fue apoderando de los rincones primero y de todo el castillo después, dejando el castillo como encantado por una extraña fuerza que intentaba apoderarse del castillo, abrazándolo hasta estrangularlo.
Afortunadamente, no siempre la Naturaleza se apodera de las edificaciones del hombre y cuando se consigue que convivan en armonía, el resultado es casi perfecto.