En algunos pueblos, es creencia popular que ciertos maleficios podían entrar por las chimeneas, razón por la que éstas se remataban con el llamado espantabrujas, aunque a nivel popular también se les denominan capiscoles.
Su utilidad protectora, frente a la vulnerabilidad de la casa a través de la chimenea, es que las brujas que sobrevuelan los tejados, montadas en sus escobas, no se introduzcan por el tiro de las chimeneas en las casas.
En muchas chimeneas altoaragonesas aparecen estos curiosos objetos, que unas veces son una simple piedra vertical, otras una piedra en forma de cono, otras un puchero, por la simbología purificadora del agua, otras una cruz o como en el caso de los pueblos del Serrablo, seres de apariencia terrorífica.