Siempre me causó sobrecogimiento la niebla. Ya desde pequeño, con los interminables inviernos cubiertos por la niebla del Segre, con esa humedad que inherente a la niebla y que se mete profundo, profundo, hasta el alma, el principio del invierno sin luz durante días y días me generaba intranquilidad.
Hoy es el día que cuando la niebla invade todo alrededor persiste en mí cierta sensación de zozobra ante lo desconocido, vayas conduciendo o estés recorriendo, como es el caso, la iglesia fortaleza de Ujué, en Navarra. No son los temores de la tierna primera infancia, pero sí esa sensación de que algo desconocido se esconde a la vuelta de la esquina.
Probablemente la niebla suponga el escenario perfecto para una visita de este tipo. No es que no se vieran las casas a los pies de la fortaleza, que no se veían, es que casi no se adivinaba más allá de 10 metros. Esperaba que en cualquier momento unos corceles montados por caballeros armados hasta los dientes aparecieran a la carrera y pasasen sobre mí, como alma que lleva el diablo. No sucedió, pero estuve atento, por el quizás.
Una visita obligada, próxima a San Martín de Unx y a Olite. Con los tres se puede montar una jornada medieval en la que dejar rienda suelta a la imaginación y trasladarte a la Edad Media sin abandonar las comodidades de nuestros tiempos. En todo, excepto en la niebla, eso va en la esencia del lugar y de la época.