Orientada al norte y lejos del Sardinero, la Magdalena y todo el Santander turístico, este rincón, muy apreciado por los santanderinos, permite ver el mar bravo en estado puro.
No hace mucho se abrió un centro de interpretación de la zona, con ciertas limitaciones, pero que ha permitido construir un espléndido mirador sobre el mismo. Y desde allí ver las legiones de olas dirigirse a la conquista de la costa, que resiste día a día, milenio a milenio.
Ver la erosión en las rocas o el subir de la marea por momentos es maravilloso. El tiempo parece pararse y el viento, el batir de las olas y la soledad de la zona en un día nublado te permiten aislarte y fundirte con la Naturaleza.
Cerca de esta zona hay unos barecitos de toda la vida, sin pretensiones pero con buena materia prima, donde descansar y huir del viento.
Ahí enfrente la estatua amarilla del marinero, siempre sin poder llegara tierra.
No lejos queda el pequeño castillo de carbonera, Liencres,… Pero es es ya otra historia.
Es imposible saber cómo es levantarse en el paraíso. Quizás el paraíso no existe. O es posible que el paraíso haya que buscarlo hacia adentro en lugar de hacia fuera.
Y sin embargo, hay veces que yendo de aquí para allá ves una casa con un entorno especial. Y te imaginas cómo debe de ser cada mañana abrir la ventana y, en lugar de una calle y coches, ves algo diferente, muy diferente, que te gustaría tener como primera imagen del día.
Esta es la sensación que tuve al ver esta casita. El día era desapacible, soplaba un fuerte viento y amenazaba lluvia. El sol había huido y sólo había nubes y más nubes.