Düsseldorf es una gran ciudad de congresos y ferias.
Ha sido un intenso día de trabajo.
Los días en la Feria de Muestras (Messe) son agotadores.
El estar todo el día de pié, hablando con unos y con otros, con gente que la mayoría de las veces no conoces y que probablemente no volverás a ver, esforzándote con el idioma y con la electricidad estática de las moquetas y la electricidad a raudales por doquier, provoca fatiga hasta el más esforzado deportista.
Por si esto fuera poco, está alejada, como suele suceder, del centro de la ciudad, por lo que estás encarcelado sin salida hasta la hora de cierre.
La hora de comida, que podría ser un momento de alivio, resulta que por mor de las filas y del presupuesto, te obliga a comer una comida de subsistencia «a la alemana», que el primer día te resulta aceptable, con sus salchichas, su chucrut y su puré de patata, pero que a partir del segundo día se hace difícil de lidiar con ella.
Así las cosas acaba la jornada laboral, vas al hotel, te aseas y te pones casual y te decides a dar una vuelta por el casco antiguo (Alstadt), en busca de esa cervecería frecuentada por lugareños para ahogar tus penas en esa cerveza que sale más rápido de lo que entra y que parece que no se sube a la cabeza. Es la alt bier, que solo la encuentras aquí.
El gran momento en Düsseldorf
Ese es el mejor momento de Düsseldorf. Has alcanzado el steady state, o el punto que diríamos en español, el equilibrio entre el universo que te rodea y tú mismo.
La lengua te vuelve a responder pero ahora para hablar de temas mundanos en lugar de los tecnicismos de la jornada laboral.
Luego llegará el momento de buscar el sitio típico donde comer ganso, si es la temporada, o un codillo como no lo has comido nunca o lo que el lugareño que sirve de anfitrión tenga pensado para tí.
El día siguiente volverá a ser duro… pero tú ya has disfrutado de «el mejor momento de Düsseldorf».