Hace unos días titulaba una foto de la capital checa con este título, que dejaba entrever que Praga tiene muchas lecturas.
No seré yo quien diga que Praga no es una ciudad bonita, aún más, es una ciudad preciosa. De las ciudades más bonitas de Europa.
La primera vez que estuve en Praga fue hace veinticinco años. Era una ciudad que empezaba a despertarse de su letargo comunista y que ansiaba VIVIR. Se notaba en cualquier rincón, en cualquier monumento, en cualquier tienda.
Era una auténtica maravilla para el turista. Se respiraba sabor, frescura y unos precios sencillamente maravillosos.
Desde entonces he tenido ocasión de volver varias veces. Cada vez más perfecta, con los edificios mejor cuidados, con más y mejores servicios,… pero, lo siento, cada vez con menos sabor, menos sensaciones positivas y muchos más turistas y todo mucho más caro.
Praga sigue siendo una ciudad preciosa, pero para mí ha perdido una parte de su encanto. Y lamentablemente creo que no volverá.
La última incorporación al elenco «para turistas» son los trillo, una especie de cucuruchos, en forma de espiral, hechos en la misma tienda y rellenos de crema o manzana. Praga está hoy día invadida de estos puestos.
Pues bien, nunca en mis viajes anteriores había visto algo similar. No se trata de una tradición ancestral praguense. Es un invento para turistas. Aunque debo reconocer que de un éxito tremendo.