El casco antiguo de Barcelona ha gozado tradicionalmente de más vida que los de otras ciudades. Quizás por eso se ha invertido menos dinero en rehabilitar, reaconcionar, dar nuevas utilidades a edificios reconvertidos,… La consecuencia es, a mi entender, una plácida decadencia, impregnada de multiculturalidad pero también a veces de marginalidad y condiciones de salubridad mejorable.