Todo el mundo que va a Venecia, sea para unas horas o a pasar varias jornadas, termina cogiendo un barco. Vaporetto o góndola según necesidades y presupuestos.
La consecuencia es la pérdida del encanto que en otros tiempos seguro tuvo esos paseos, con las más caras de carnaval, tras una velada en alguno de los palacios que se asoman al Gran Canal.
La consecuencia es una enorme masificación en horas puntas que resta buena parte del atractivo.