La costumbre de pagar por ver las iglesias no ha existido siempre.
Tras entrar en la catedral de Praga, dedicada a San Vito, en lo más alto del barrio alto de Hradcany y con una lluvia impertinente fuera, me topé con una amable señorita que me indicaba que, a partir de aquel punto había que pagar entrada si se quería visitar la catedral.
No me extrañó ya que se trata de una costumbre cada vez más extendida por todo el mundo. El problema es que la entrada había que sacarla en una oficina fuera del centro y el diluvio universal me retraía un poco a ir a sacar el papelito que permitiera el acceso al resto de la preciosa y enorme catedral gótica.
La evolución:
Así que me quedé un rato disfrutando del centro y pensando en la época, cada vez más lejana en la que se podían visitar las iglesias «gratis total», a cualquier hora. Los creyentes echaban una limosna y a otra cosa mariposa.
A esta época siguió otra en la que no se permitían las visitas durante la celebración de la misa. Algo totalmente comprensible.
El siguiente paso fue que para ver ciertos retablos, el claustro, la cripta,…había que pagar en aquellos templos especialmente interesantes desde el punto de vista arquitectónico.
Luego siguió la fase de pagar por visitar los centros en su totalidad. La primera vez que lo vi en la abadía de Westminster en Londres pensé que cómo son estos ingleses. La segunda fue en la catedral de Barcelona. Y pensé cómo son estos catalanes.
Por desgracia o quizás por necesidad, se extendió por los grandes templos de la cristiandad.
Y así se llegó a la fase actual en la que hay que pagar por entrar a ver a veces pequeñas iglesias de pequeños pueblos, con escaso interés.
Supongo que no hay otra manera de conservar el inmenso patrimonio que nos legaron los antepasados, pero… Cómo ha cambiado esto de la visita a los templos.