Paseas por una ciudad, siempre mirando hacia arriba, hacia un lado, hacia el otro, intentando captarlo todo y sin conseguirlo nunca.
De pronto ves algo que capta tu atención, que hace que te detengas. Es algo diferente. No es arte románico, ni gótico, aunque sea tu preferido.
Pero es algo que capta poderosamente tu atención y te quedas mirándolo fijamente.
Eso es exactamente lo que me pasó al ver este cuadro en la Galería Roussard de París. No soy en absoluto un experto en arte, pero este cuadro tenía algo. Te dejaba envelesado, te invitaba a entrar en el cuadro, a sentarte y simplemente observar lo que estaba pasando.
Evidentemente el precio era desorbitado, la visita de 100 cosas estaba esperando y tuve que seguir mi camino.
Pero antes de marcharme quise sacar una foto del escaparate, para llevarme conmigo un poco de aquel momento, de aquel cuadro, de aquel viaje,…
Como dice el clásico, el resto es ya solo historia.