Siena es, para los no iniciados, esa ciudad de segunda fila a la que se decide no ir en nuestro primer viaje por esas tierras, ante la preponderancia de las Florencia, Pisa,…
Pero una vez, años más tarde, terminas visitándola y comienzas a pasear por sus calles peatonales, con palacios renacentistas, patios oscuros, su impresionante catedral, sus fantásticos restaurantes, sus heladerías estratosféricas,… y terminas el día en la plaza del Campo.
Difícilmente te imaginas la carrera del Palio por esos lares, ahora atestados de terrazas y ves como el sol comienza a despedirse, a descansar para el siguiente día, dejando unos últimos tintes dorados sobre la torre del ayuntamiento.
Como donde fueres, haz lo que vieres, te sientas en una de las terrazas a disfrutar del espectáculo, viendo pasar la gente, desde la pareja toscana impecablemente vestida al casi andrajoso joven, mochila a la espalda. Y pides un spritz, aperitivo típico del norte de Italia a base de una especie de Campari hecho en Padua (Aperol), vino espumoso y soda, con hielo y rodajita de naranja.
El sol se ha ido lentamente y la gente comienza a tumbarse en el centro de la plaza a ver el espectáculo de la plaza y de la llegada de la noche, unos con helados, otros con una guitarra,…
En ese momento de enamoras de Siena y ya nunca será una ciudad de segunda para tí.