Son días de frío.
No ese frío de antaño, que nos contaban los abuelos y que aislaba los pueblos bajo un manto de nieve, durante de días y días y que hacía que las chimeneas de los hogares chispearan durante todo el día para que, al menos donde se hacía la vida, hubiera buena temperatura.
Aquel frío de antaño helaba el agua dejada en la terraza y hacía necesarios los braseros con ascuas que impregnaban el ambiente, las ropas, las carnes,… de ese olor inconfundible y hoy ya casi desaparecido.
Hoy en día es otra cosa. Las viviendas tienen en su mayoría calefacción, las ropas son más ligeras pero abrigan más. Y por supuesto, el tan comentado calentamiento global.
Por eso, cuando hoy sales al campo y la temperatura es gélida, casi apetece y añoras una buena nevada que cubra las cepas en ese impass en el que se encuentran hasta la llegada de los primeros brotes primaverales. Las cumbres cubiertas de nieve no son suficientes para calmar la añoranza de las nevadas que nos contaban en nuestra niñez los abuelos.
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