Cuando un hipotético extraterrestre aterrizara en nuestra tierra y paseara por el paisaje de los viñedos riojanos en los fríos días de invierno, pensaría quizás que ha habido una catástrofe y que ha desaparecido todo por un tiempo, apareciendo después algún atisbo de vida.
Nada más lejos de la verdad. Están esperando las cepas a que pasen las nieves y que, como cada año, comiencen a crecerles los brotes primero, los sarmientos después por los que fluya la savia y, con el paso de los meses, darán ese preciado tesoro que da nombre a «la región con nombre de vino».