Paseando por cualquier pueblo no es difícil encontrar una puerta abierta o una ventana entornada que te permiten ver más allá de la fachada, el interior de los edificios.
Con ello siempre se descubre un rincón oculto que llama tu atención.
Y ello abre un mundo de sorpresas interminables que hacen que tu imaginación vuele y si le das rienda suelta te haga montar una historia en un instante, o que te haga viajar en el tiempo, o…
La foto fue tomada desde el alto en el que se encuentra la iglesia de Canillas, en la Rioja Alta, cerca del magnífico monasterio cisterciense de Cañas.
Las vigas de madera del edificio original, cuando el abuelo compró el solar y edificó con sus propias manos la casa, con la ayuda de sus familiares más próximos…
El pozo en medio de la casa que te hace dudar incluso si es decorativo. Pero el hecho de estar tapado…
Las calabazas enormes, decorativas,… la influencia de Halloween,…
Las parrillas en alto, a la espera de la próxima chuleada que probablemente reunirá a toda la familia para regocijo de todos y en especial de los más mayores y de los más jóvenes,…
El banco donde resguardarse del calor veraniego y donde contar historias a los nietos,…
Los aperos de labranza, cada vez menos utilizados pero que persisten ahí, como recuerdo de una época en la que el trabajo en el campo era más manual y más cansado.
Son historias que nunca sucedieron y nunca sucederán pero que un rincón oculto, sazonado con imaginación generosa y una pizca de observación,… te permite sentirte creador de cosas durante unos instantes.
El pisado de la uva, una tradición a punto de extinguirse.
Recuerdan los lugareños de mediana y de avanzada edad que años atrás la vendimia se realizaba totalmente a mano, con aquellas tijeras que hoy se ven más para cuidar setos que para robar los racimos de uva a los poderosos sarmientos.
Eran esos tiempos en los que se agrupaban los racimos para su traslado en unos cubos altos de madera, como los de las cubas, donde se agolpaban hasta llegar al lago de cada casa, donde se iban echando, uno tras otro, hasta quedar casi lleno.
Y una vez allí, los hombres, agrupados por parejas, se subían encima de la montaña de racimos y, sujetándose por los hombros, comenzaban una especie de baile, subiendo y bajando las piernas de manera alternativa, para ir exprimiendo el sagrado manjar de los racimos y sacando el vino primigenio, que se iba recogiendo más abajo.
Este último paso es el que representa esta estatua que te encuentras a la entrada de Haro, para muchos la capital del vino de Rioja, si accedes desde la carretera de Casalarreina.
Recordando la tradición. Porque el que no sabe de donde viene, no sabe a dónde va.
Guardaviñas hay muchos en la Rioja Alta, más de cien, en la Sonsierra, en la zona de Badarán, en la Rioja Alavesa,… pero hay uno, a mitad de camino entre San Vicente de la Sonsierra, Ábalos y Baños de Ebro que descubrí hace tiempo y que ha servido de icono a mi blog.
Y la idea de tener al guardaviñas como periscopio desde el que observar todo lo que me rodea ha sido el leit motiv de mi blog desde que arrancó el anterior proyecto.
Este guardaviñas del que os hablo, que es el de la imagen, es como un talismán y cuando hay días que cojo el coche y me voy a oxigenarme y que me de el aire, me encuentro, sin darme cuenta, a las puertas del guardaviñas, que es casi como mi lar de los romanos.
He estado recientemente en él, ya pasada la vendimia y con los tonos de las hojas mudando de verde a ocre y rojo.
Como cuando estás enamorado, mi guardavías (que no es de mi propiedad), siempre me parece bonito.