Soy de tierra adentro. En realidad lo he sido toda mi vida y nunca he vivido en ciudades con costa.
Y sin embargo, cuando paseas por cualquier ciudad o pueblo con playa o con puerto, puedes llegar a intuir lo que sienten los que han nacido y vivido toda su vida viendo amaneceres alucinantes y atardeceres de ensueño, oyendo la cantinela del mar o el romper de las olas.
Hace siglos los Pirineos eran una dificultad técnica grande de sobrepasar, pero Carlomagno con la Marca Hispánica, el reino de Navarra a ambos lados del Pirineo, el condado de Cataluña hasta el Rosellón,…consiguieron que esa dificultad no fuera infranqueable. Francia y España aún no eran ni una idea.
Los mismos pastores y ganaderos de la zona siempre han tenido claro que de la dificultad siempre se puede sacar provecho y en las cumbres a uno y otro lado de la frontera las reses y los rebaños pasaban un plácido verano y al llegar el otoño bajaban a los valles de cada país para pasar lo mejor posible el crudo invierno.
Los siglos XIX y XIX marcaron rígidas fronteras. Francia y España eran una realidad rígida.
Afortunadamente llegó más tarde el espacio Schengen y hoy en día es difícil diferenciar, afortunadamente, qué es Francia y qué es España. Porque, lo que el hombre altera, la Naturaleza arregla.
Hay imágenes que cuando las ves te llaman la atención. Si tienes tu cámara a mano intentas inmortalizarlas y si lo consigues sientes un cosquilleo interior de satisfacción. Esto es lo que me pasó con esta foto.
Hace mucho, mucho tiempo, cruzar la frontera de Francia era un viaje fantástico, un viaje a lo desconocido. Abandonabas tu «zona de confort» y te adentrabas en un terreno desconocido, una aventura en toda regla.
Era una época en la que al otro lado de la frontera se hablaba otro idioma, se usaba una moneda diferente, para acceder te pedían el pasaporte en regla, el carnet de conducir,… donde te revisaban el coche a voluntad del policía o del gendarme, por si pasabas algo de contrabando, o si eras un malhechor de lo peor habido y por haber…
Por ser diferente, era distinto hasta el clima, ya que al ser de orientación norte siempre era más frondoso en primavera, más verde en verano, más nevado en invierno y con más tonos multicolores en otoño.
Pasear entre montañas, viendo el discurrir de la vida de los animales que moran estos bellos paisajes, sin ruidos de civilización,… paz para el espíritu.