Hace mucho, mucho tiempo, cruzar la frontera de Francia era un viaje fantástico, un viaje a lo desconocido. Abandonabas tu «zona de confort» y te adentrabas en un terreno desconocido, una aventura en toda regla.
Era una época en la que al otro lado de la frontera se hablaba otro idioma, se usaba una moneda diferente, para acceder te pedían el pasaporte en regla, el carnet de conducir,… donde te revisaban el coche a voluntad del policía o del gendarme, por si pasabas algo de contrabando, o si eras un malhechor de lo peor habido y por haber…
Por ser diferente, era distinto hasta el clima, ya que al ser de orientación norte siempre era más frondoso en primavera, más verde en verano, más nevado en invierno y con más tonos multicolores en otoño.
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