Me dices que resguardemos ya del paso del tiempo nuestra incipiente historia común, que la hagamos eterna, que la sellemos a fuego.
Y me ofreces tu llave, tu cerradura y tus ganas, y me repites una y otra vez que sabes que sí, que no importa que tan solo ayer fuéramos dos extraños perdidos en sus propios mundos, que la vida avanza rápida pero a nuestro favor, que el paso de un día y otro y otro más… no hace sino sumar luz a este encuentro que todavía hoy nos zarandea.
Y te miro queriendo descubrir todo lo que hay detrás de ti, queriendo captar cualquier detalle que te pueda seguir dibujando, tus miedos y tus retos, tu entusiasmo y tu aflicción, tu fuerza y tu fragilidad, tus luces y tus sombras… Y solo entonces pienso que esta vez quizás la vida nos esté dando una última oportunidad.
Y te digo que no es bueno que ninguna historia así crezca entre celdas cerradas a cal y canto; que el amor debe vivir con las puertas abiertas, respirar aire fresco sin llaves de paso que lo atenacen, que camina más seguro a través de una elección libre y diaria, y que, tal vez y solo así, los amores de cárcel sean ya solo un reducto del pasado…