Vaya por delante que no defiendo los zoológicos a la vieja usanza, como ya he expuesto en este blog en alguna ocasión previa como cuando hablé del zoológico de Budapest que yo conocí. Como siempre, lo que escribo es desde mi libertad y siempre dispuesto a escuchar las opiniones de los demás.
Pero una vez aclarado esto, me gustaría exponer un alegato en defensa de los parques faunísticos como el de Lacuniacha en el Valle de Tena, en el que conviven diferentes especies en semilibertad y en el que se puede disfrutar de los animales sin acercarse en exceso y, en consecuencia, sin estresarles ni generarles daño alguno.
Además de servir de diversión y de ocasión para pasar un agradable día en familia, haciendo un poco de ejercicio, sacando fotos, descubriendo paisajes maravillosos,… realizan una labor importante protegiendo y favoreciendo su cría de animales en peligro de extinción como el lince ibérico o el bisonte europeo, colaborando con otros centros para favorecer su reproducción , como recientemente que se han enviado ejemplares de bisonte a León para su aparejamiento.
Dicen que cuando se empiezan a ver las ardillas por los frondosos bosques es que la primavera ha llegado.
Y es que este simpático roedor cae bien a todo el mundo y supone motivo de regocijo cuando en mitad de una excursión familiar se descubre una saltando de árbol en árbol, huyendo de la mirada osada del niño travieso que la persigue.
Hace siglos los Pirineos eran una dificultad técnica grande de sobrepasar, pero Carlomagno con la Marca Hispánica, el reino de Navarra a ambos lados del Pirineo, el condado de Cataluña hasta el Rosellón,…consiguieron que esa dificultad no fuera infranqueable. Francia y España aún no eran ni una idea.
Los mismos pastores y ganaderos de la zona siempre han tenido claro que de la dificultad siempre se puede sacar provecho y en las cumbres a uno y otro lado de la frontera las reses y los rebaños pasaban un plácido verano y al llegar el otoño bajaban a los valles de cada país para pasar lo mejor posible el crudo invierno.
Los siglos XIX y XIX marcaron rígidas fronteras. Francia y España eran una realidad rígida.
Afortunadamente llegó más tarde el espacio Schengen y hoy en día es difícil diferenciar, afortunadamente, qué es Francia y qué es España. Porque, lo que el hombre altera, la Naturaleza arregla.
Paseando por los mercadillos de las ciudades puedes encontrar de todo: artículos de decoración para los que al llegar a casa no encuentras ubicación, elementos de colorido excepcional, perfumes casi regalados, los mejores manjares de la comarca, juguetes como con los que jugaban nuestros padres e incluso nuestros abuelos,… casi de todo.
A veces encuentras algo singular, un poco diferente a «lo de toda la vida» y consigue llamarte la atención. Puede que no sea estéticamente lo mejor pero te hace pararte y pensar un momento. Eso es lo que me pasó al leer este rótulo en el mercadillo de la plaza del Pilar de Zaragoza.
Será que la filosofía popular es más fácil de entender que las complejas corrientes filosóficas que ha habido a lo largo de la Historia.
Hay imágenes que cuando las ves te llaman la atención. Si tienes tu cámara a mano intentas inmortalizarlas y si lo consigues sientes un cosquilleo interior de satisfacción. Esto es lo que me pasó con esta foto.
Hace mucho, mucho tiempo, cruzar la frontera de Francia era un viaje fantástico, un viaje a lo desconocido. Abandonabas tu «zona de confort» y te adentrabas en un terreno desconocido, una aventura en toda regla.
Era una época en la que al otro lado de la frontera se hablaba otro idioma, se usaba una moneda diferente, para acceder te pedían el pasaporte en regla, el carnet de conducir,… donde te revisaban el coche a voluntad del policía o del gendarme, por si pasabas algo de contrabando, o si eras un malhechor de lo peor habido y por haber…
Por ser diferente, era distinto hasta el clima, ya que al ser de orientación norte siempre era más frondoso en primavera, más verde en verano, más nevado en invierno y con más tonos multicolores en otoño.
La niebla es ese horroroso elemento meteorológico que te pone en peligro cuando conduces un coche, que te quita visibilidad ante un paisaje, que no te deja visitar una ciudad desconocida,…
Pero también es es esa agua purificadora que cuando te encuentras en mitad de ella notas que es la limpieza de cutis… y del alma que andabas buscando. Cuando abandonas la niebla sales empapado, pero con una sensación muy agradable.
Por eso me gusta la niebla, porque moja sin empapar y te despierta.
En algunos pueblos, es creencia popular que ciertos maleficios podían entrar por las chimeneas, razón por la que éstas se remataban con el llamado espantabrujas, aunque a nivel popular también se les denominan capiscoles.
Su utilidad protectora, frente a la vulnerabilidad de la casa a través de la chimenea, es que las brujas que sobrevuelan los tejados, montadas en sus escobas, no se introduzcan por el tiro de las chimeneas en las casas.
En muchas chimeneas altoaragonesas aparecen estos curiosos objetos, que unas veces son una simple piedra vertical, otras una piedra en forma de cono, otras un puchero, por la simbología purificadora del agua, otras una cruz o como en el caso de los pueblos del Serrablo, seres de apariencia terrorífica.