Bilbao, una ciudad de grandes contrastes. Y una ciudad que ha sabido evolucionar.
Hace unas décadas resultaba una ciudad sucia, contaminada, con las industrias a lo largo de la ría impregnando de tonos oscuros, de malos olores, de gris toda la ciudad y en la que solo la Gran Vía mostraba un algo de su esplendor.
Era la época en la que San Sebastián se pavoneaba como la ciudad más bonita de España, rebosando luz por los cuatro costados, capital del cine nacional, cuna gastronómica,… El contraste era manifiesto.
En aquel Bilbao comenzó la revolución transformadora y con el Guggenheim de Frank Gehry como primera piedra, las empresas fueron abandonando la ría y se las fue sustituyendo por zonas verdes, paseos para el solaz del viandante, parques infantiles, algún rascacielo y edificios vanguardistas para dar servicios de gran ciudad.
Coincidiendo en el tiempo, la limpieza y restauración de edificios públicos y privados de época empezó a ser mucho más efectiva y la ciudad fue dejando los tonos grises absolutos, fue adquiriendo matices.
El metro de Bilbao y sus singulares accesos y estaciones subterráneas en caverna, obra de Norman Foster, han puesto la guinda.
Y como muestra, el Ayuntamiento de Bilbao, de finales del s. XIX y obra de Rucoba (autor también del teatro Arriaga o la Alhóndiga municipal), con la llamada escultura variante de Jorge Oteiza justo delante.
Hasta llegar a lo que vemos hoy. Con su personalidad muy marcada y una ciudad de grandes contrastes, pero en la que conviven edificios, servicios, Historia, historias,…
Si te he metido el gusanillo, aquí tienes unos enlaces.
Ahora te queda ir a Bilbao y comprobar si estás de acuerdo (o no) con lo que te he contado. Y a la vuelta me cuentas.