Para los que tuvimos la suerte de pasar parte de nuestra infancia en un pueblo, el encontrar un pueblo como Montemediano en Cameros, cerca del pantano del Rasillo, es como comprar un pasaporte a un tiempo ya lejano pero no olvidado.
Al llegar a la plaza del pueblo te encuentras con la fuente, el abrevadero y el lavadero. Todo en uno
Debo reconocer que yo solo iba al pueblo de mis abuelos de vacaciones, pero aún así recuerdo que en aquella tierna infancia no había agua corriente, sí de verdad y había que ir a la fuente a recoger tan preciado manjar y nada de desperdiciarlo. Era tarea de los más pequeños de la casa el hacer los viajes de pequeño volumen, que de los grandes ya se ocupaban los mayores.
Como comprenderá el lector electrodomésticos, lo que se dice electrodomésticos, pues no. Una cocina de leña, una plancha, una máquina de coser,… y poco más.
Recuerdo la vieja costumbre de «tirar al pilón» al forastero que miraba con ojos poco píos a alguna de las jóvenes del pueblo, o al venido de la capital que se creía que iba al pueblo a colonizar, con aires de superioridad y a hacer gala de sus amplios conocimientos… inútiles de todo punto en aquel escenario.
Pero si algo recuerdo con especial cariño era el lavadero. Durante años (o así lo recuerdo yo) pensé que era tremendamente profundo y cuando íbamos a jugar me daba cierto respeto no fuera a ser que resbalara y cayese en aquel pozo sin fondo que un más tarde descubrí, al ser estar vacío, que apenas cubría 30 centímetros. desde aquel momento dejó de tener parte del atractivo el ir a jugar con barquitos improvisados o a meter la mano en busca de algún tesoro por descubrir…