Un rincón de la Historia de La Rioja: Los picaos de San Vicente

     En fechas recientes se ha celebrado esta tradición, como cada año deshace más de 500 años, en San Vicente de la Sonsierra. Aunque también se ve puede ver en Semana Santa, ahora es con motivo del 14 de septiembre si es domingo y si no el domingo siguiente. Desde que se tiene constancia ha estado ligada a la Cofradía de la Santa Vera Cruz de la localidad.
San Vicente de la Sonsierra forma, junto a Ábalos y Briñas, la Sonsierra riojana. o lo que es lo mismo, la Rioja al otro lado del Ebro, constreñida entre el gran río y la Sierra Cantabria.
Los voluntarios que desean someterse a esta penitencia se les llama disciplinantes y deben cumplir estos requisitos: ser mayor de edad, varón y disponer de un certificado de su párroco, que acredite su sentido cristiano y su buena fe. Una vez cumplidos éstos, acudirá a la sede donde se le asignará un acompañante, hermano de la cofradía, que le servirá de guía, ayuda, consejo y protección, durante el tiempo de su penitencia. En todo momento se mantienen el anonimato de estas personas.
Ya vestido con el hábito, acudirá a la procesión o a la Hora Santa, se arrodillará ante el paso al que haya hecho la ofrenda (generalmente ante «la Dolorosa» o ante el «Monumento» en la iglesia), rezará una oración y, al ponerse en pie, el acompañante le retirará la capa de los hombros y le abrirá la abertura de la espalda. El disciplinante cogerá la madeja por la empuñadura con las dos manos y, balanceándola entre las piernas, se golpeará la espalda por encima del hombro alternativamente, a izquierda y derecha, durante un tiempo variable según cada disciplinante, pero que suele ser unos 20 minutos y entre 800 y 1.000 golpes, hasta que el acompañante y el práctico decidan cuando es el momento de ser pinchado.

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El práctico «picará» tres veces ambos lados de la zona lumbar de la espalda, mediante un utensilio denominado «esponja», que consiste e una bola de cera virgen con seis cristales incrustados de dos en dos, por lo que recibirá doce pinchazos simbolizando el número de apóstoles. Tras esto el disciplinante se golpeará unas pocas veces, para que la sangre que pueda haberse acumulado en la zona, pueda escapar y así evitar problemas posteriores.
Una vez finalizado, el ayudante le volverá a cubrir la espalda y le colocará la capa para dirigirse a la sede de la cofradía donde un practicante especialista le curará las posibles heridas con agua de romero y una crema cuya composición es secreta y pasa de generación en generación.

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