Un rincón de la Historia de La Rioja: Alfarería para el mundo

Durante la época romana en La Rioja los bienes de consumo se diversificaron en una gran variedad de productos distintos y diferenciados para cada uso, dando lugar a objetos que son testimonio de la perfección técnica, de sus gustos decorativos y en consecuencia, de sus ideas, usos y creencias al incorporar a la ornamentación escenas de la vida cotidiana o de los mitos religiosos. Uno de estos productos singulares y característicos fue la terra sigillata, literalmente barro sellado, cerámica de superficie roja brillante, hecha parcialmente a molde, que lleva estampillado en el barro tierno el sello del alfarero, lo que nos ha permitido no sólo conocer todos aquellos que se dedicaron a este oficio, sino la dispersión que alcanzaron sus piezas.

A mediados del siglo I d.C. Hispania tenía un gran número de centros productores alrededor de dos focos fundamentales: Andújar en Jaén, y Tritium Magallum, el actual entorno de Tricio de La Rioja, tan prolífica que hasta el s. III d.C. fue uno de los grandes abastecedores de vajilla de mesa del Imperio, habiéndose encontrado sellos de sus alfareros en Germania y Britania, entre otros muchos lugares.

Los centros riojanos de producción alfarera estaban en Bezares (Los Morteros), Arenzana de Arriba (La Puebla), Tricio (El Quemao, El Prado, Las Tejeras, Camino de Arcos), Camprovín, Arenzana de Abajo (finca de las Fuentecillas), Baños de Río Tobía (Bañuelos), Bobadilla y Manjarrés. Su máxima época de auge fue los s I y II d.C. En el s. III la actividad se vuelve a centrar en Tricio y en los s. IV y V se traslada a Nájera.

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