Logroño en el día de San Bernabé. La ciudad estratégica.

Logroño en el día de San Bernabé. Este magnífico artículo se publica hoy en el Diario La Rioja, con motivo de las fiestas.
1521: la historia
  • Logroño celebra este domingo su gesta de 1521. Repasamos con Marcelino Izquierdo la verdad de aquellos días… y sus porqués
  • ¿Se equivocó Asparrot en su intento por conquistar la capital? ¿Qué personajes de leyenda transitaron por sus calles?

 

 

 

Explica Manuel Danvila, en su ‘Historia crítica y documentada de las comunidades de Castilla’, que «un accidente de los que ocurren en las guerras cambió de improviso» el sitio de Logroño de 1521. Y prosigue: «Los generales franceses estaban alojados en San Francisco, monasterio cuyas ventanas daban al Ebro, y la noche del 10 de junio se hallaban cenando en una mesa con las velas encendidas. Un atrevido soldado de Logroño asaltó una de las tapias del muro, y colocándose a debida distancia disparó sobre el grupo de los generales franceses y mató a uno de ellos. Este hecho llevó la alarma y el desaliento al ejército francés, que levantó el cerco de Logroño el día 11». Sea esta anécdota verdad o leyenda, lo cierto es que el día de San Bernabé las tropas de Asparrot huyeron despavoridas. Pero, ¿qué se les había perdido en Logroño a las tropas de Francisco I? ¿Se equivocó Asparrot al sitiar la ciudad? ¿Qué personajes de leyenda transitaban por sus calles?

 

La peste negra que diezmó La Rioja durante el siglo XIV y los continuos enfrentamientos entre las familias nobles de Castilla habían mermado el desarrollo urbano de Logroño hasta mediados del siglo XV, ya de por sí muy afectado por la emigración de sus vecinos a las tierras del sur arrebatadas al Islam. También el declive que el Camino de Santiago sufrió en aquella época, trufada Europa por guerras, epidemias y malas cosechas, había debilitado aún más el papel de la villa y de su puente.

‘Muy Noble’ y ‘Muy Leal’

 

Sin embargo, como no hay mal que cien años dure, comenzó Logroño a remontar el vuelo gracias a la concesión del título de ciudad en 1431, por parte de Juan II de Castilla -padre de Isabel la Católica-, reforzado con los de ‘Muy Noble’ y ‘Muy Leal’ en 1444, que le daban derecho a enviar procuradores a Cortes. Casi en paralelo, el estallido de la Guerra Civil en Navarra (1451) afianzó su papel fronterizo respecto a un territorio muy deseado tanto por los reinos peninsulares como por Francia. Agramonteses y beamonteses prendieron la mecha de un conflicto sucesorio cuyos coletazos, con sus andanadas y sus treguas, sacudieron Navarra durante décadas.

Los vínculos económicos y políticos establecidos entre los poderes locales a uno y otro de la frontera -delimitada por el Ebro- beneficiaron sobre manera a la alta nobleza de nuevo cuño, que aprovechó las disputas para imponer su hegemonía. Ya en el primer tercio del siglo XVI, la abundancia de los campos riojanos, sobre todo el vino y la lana, había convertido Logroño en una importante ciudad comercial en la ruta hacia los puertos vascos y en centro neurálgico de servicios y de exportación a Flandes.

La inestabilidad navarra empujó a muchos artesanos y comerciantes a buscar lugares menos hostiles. Uno de ellos fue el impresor galo Arnao Guillén de Brocar, quien abandonó Pamplona al filo del año 1500 para instalar su taller en lo que hoy es la plaza Martínez Zaporta. Visitado por el humanista Antonio de Nebrija, años más tarde entablaría contacto con el cardenal Cisneros, regente de Carlos I.

 

1521: la historia

 

La muerte de Isabel I en 1504, la incapacitación de Juana la Loca y el fallecimiento de Fernando II de Aragón en 1516 dejaron al joven Carlos I, de apenas 16 años, con un poder omnímodo en sus manos. Era Carlos I hijo de Juana I de Castilla y de Felipe el Hermoso, y nieto de Maximiliano I de Habsburgo y de María de Borgoña, de quienes heredó Borgoña y lo que hoy es el Benelux y Austria, así como el derecho al Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que por vía materna, a través de sus abuelos, los Reyes Católicos, recibió Castilla, Aragón, Navarra, Nápoles, Sicilia y los territorios de ultramar.

La tumba de César Borgia

Regresemos al año 1506. Si en la historia del Renacimiento europeo existe un apellido relevante es el de los Borgia; Rodrigo, el cabeza de familia, se convirtió en el papa Alejandro VI, mientras que su hijo César ocupó los más altos cargos nobiliarios, eclesiásticos y militares. Su divisa se hizo célebre: «O César o nada». La figura de Borgia pasaría a la posterioridad como inspirador de El príncipe de Maquiavelo. Caído en desgracia tras la muerte de su padre, y preso en el castillo de La Mota, logró huir César Borgia y alcanzar Pamplona. Su cuñado Juan III de Albret, rey de Navarra, no sólo le dio cobijo sino que lo nombró capitán de sus ejércitos, todavía en guerra contra los beamonteses. Cercando el castillo de Viana, villa que vigilaba Logroño, sufrió Borgia una emboscada que acabó con su cadáver desnudo en la Barranca Salada, de ahí la frase: «En la Barranca Salada, ni César ni nada».

Era Logroño un hervidero de diplomáticos, espías y políticos que vigilaban la crisis navarra. Uno de estos personajes fue el filósofo Francesco Guicciardini, embajador de la República de Florencia en Aragón y amigo de Maquiavelo, quien residió en la ciudad entre 1511 y 1513 y donde escribió el ensayo ‘Discorso di Logrogno’. Bien seguro que Guicciardini visitó la tumba de Borgia, entonces enterrado en la iglesia de Santa María de Viana.

La muralla se refuerza

Navarra veía con disgusto cómo Fernando el Católico intensificaba sus injerencias por medio del bando beamontés, derrotado en la guerra civil, por lo que los agramonteses buscaron el respaldo de Francia. Considerada esta alianza como un acto hostil, el rey Fernando invadió Navarra y la anexionó en 1512. En temor a posibles represalias, la línea fronteriza a lo largo del río fue reforzada en la ribera riojana. En efecto, la muralla que protegía Logroño miraba al norte en paralelo al Ebro, a escasos metros de la Rúa Vieja, mientras el castillo, con su imponente torreón, resguardaba el puente de piedra.

Las defensas proseguían por la actual avenida de Viana hasta doblar hacia el sur a la altura de la calle Ochavo, único vestigio que queda del paseo de ronda. En un giro de 90 grados, las defensas continuaban su perímetro por los muros de Cervantes, del Carmen y de la Mata -de ahí sus nombres-, se prolongaban por la actual Bretón de los Herreros y regresaban hacia el norte y hasta casi el río, a la altura de la Travesía de Laurel. La Puerta de Carlos V no comenzaría a construirse hasta 1522.

Carlos I jura el Fuero

Bien aconsejado por Adriano de Utrecht, obispo de Tortosa y uno de sus más fieles consejeros, el joven Carlos I recorrió sus nuevos dominios de la Península Ibérica nada más ceñir la corona. En 1520, con 19 años, prestó el monarca juramento del Fuero logroñés en la iglesia de Palacio y fue tan honda la impresión que causó a sus vecinos, que este gesto selló la adhesión al trono ante el futuro intento francés de rendir la ciudad. Sabedor de la muerte de su abuelo Maximiliano, confió la regencia al obispo Adriano, mientras preparaba su viaje a Aquisgrán para recibir la imperial herencia. Ya en los dominios germanos, no cejaría Carlos en su empeño para que Roma eligiera un papa a su medida, siendo Adriano de Utrecht el mejor colocado.

Señor de horca y cuchillo

Antonio Manrique de Lara era segundo duque de Nájera, guardián de Navarra y de La Rioja por mandato de Fernando el Católico y, más tarde, del cardenal Cisneros y del joven Carlos I, quien le otorgó el título de ‘grande de España’. Señor de horca y cuchillo, recibió el duque la orden de gobernar las tierras navarras, lo que desempeñó sin ningún tacto y desmedida brutalidad, atizando aún más el rencor del reino vecino hacia la corona. La crisis económica que padecía el pueblo, la subida de impuestos, la inestabilidad política en el trono de Castilla y la ambición de la nobleza se unieron al rechazo de un monarca flamenco que no conocía ni el idioma. Aprovechando el viaje a Alemania de Carlos I para ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, el movimiento comunero extendió sus motines y revueltas por Castilla hasta el punto de hacer temer por la supervivencia de la Casa Austria. A Manrique de Lara no le temblaron ni la mano ni la soga en Nájera, que sufrió cruel castigo por unirse a la revuelta.

El sitio de André de Foix

Enrique II, rey de Navarra, vio en la ausencia de Carlos I y en la insurrección comunera la oportunidad de reconquistar sus dominios, con el respaldo del francés Francisco I. Pero los preparativos militares, al otro lado del Pirineo, se retrasaron hasta mayo de 1521. Fue el primer error cometido por André de Foix -que en Logroño conocemos como Asparrot-, pues tras la derrota de los comuneros en la batalla de Villalar (23 de abril), el ejército leal al futuro emperador retomaba el control de Castilla. Mientras las huestes de Asparrot avanzaban hacia la fronteriza Saint-Jean-Pied-de-Port, estalló en toda Navarra una rebelión general que facilitó a Foix su incursión por Roncesvalles y la reconquista del reino sin apenas oposición. Tan sólo Manrique de Lara, entonces virrey de Navarra, opuso resistencia en Pamplona, de donde tuvo que huir para salvar la vida. Entre los soldados castellanos derrotados en Pamplona resultó herido un capitán guipuzcoano de nombre Íñigo López de Loyola.

Como la campaña militar duró apenas 20 días, tomó Asparrot la decisión de rendir Logroño con 30.000 hombres a su espalda. Nuevo error. En vez de asentar su dominio en las plazas navarras ya ocupadas, apostó el mando francés por rendir la ahora capital riojana y controlar así uno de los pocos puentes que permitían cruzar el Ebro con garantías.

Escudo de Logroño perteneciente al privilegio concedido por Carlos V en 1523

Escudo de Logroño perteneciente al privilegio concedido por Carlos V en 1523

 

La ciudad resiste

Albia de Castro escribe en su ‘Memorial y discurso político por la muy noble, y muy leal ciudad de Logroño’, que reunieron las autoridades el Concejo abierto en la iglesia de Santiago, donde un anciano habló alto y claro: «Viene el ejército francés contra nuestra ciudad, juzgando que la tomará fácilmente como le ha sucedido en el reino de Navarra. Pero con favor de Dios espero que vuestra prudencia y valor lo dispondrá y procederá, de fuerza que si llega, se desengañe presto con daño suyo». Disuelto el Concejo, ordenó el gobernador Pedro Vélez de Guevara reforzar las defensas, demoler el hospital de San Lázaro -en el camino a Navarrete- y todas las casas de recreo extramuros, tanto en la Villanueva como a orillas del Ebro, para que el enemigo no pudiera pertrecharse en ellas.

En lugar de rodear el recinto amurallado, confiado por su superioridad en tropas y armamento, focalizó Asparrot el asedio en la zona de Madre de Dios y el monasterio de San Francisco, a la que accedió vadeando el río aguas abajo del puente y del castillo. Desde allí, se dedicó André de Foix a cañonear el interior de la ciudad y a enviar pueriles misivas de rendición, que enojaban todavía más a los sitiados. Este imperdonable descuido permitió la entrada de más defensores y vituallas desde Lardero, Alberite o Albelda y a capturar peces en otros tramos del Ebro apenas vigilados.

Así, la excesiva prolongación del cerco, el hambre de los sitiadores y la marcha de miles de soldados a otros frentes abiertos por Francisco I en media Europa disuadieron a Asparrot de su empresa. La llegada del Duque de Nájera con una nutrida milicia y la emboscada guerrillera de los logroñeses sobre el campamento francés hicieron el resto. En caótica huida, los franconavarros fueron perseguidos por Manrique de Lara, Vélez de Guevara y otros caudillos fieles a Carlos I hasta derrotarlos en la batalla de Noáin.

San Ignacio y el papa

El triunfo de los logroñeses coincidió con la festividad de San Bernabé, y aunque el Voto del nuevo patrón marcaría las fiestas hasta la actualidad, esa noche la ciudad se llegó de hogueras y luminarias en señal de gozo y alegría. Días después llegó el regente Adriano de Utrecht, quien permaneció en La Rioja durante meses, dirigiendo desde aquí el reino hasta su total pacificación. Meses más tarde, regresaría a Logroño ya investido como Adriano VI, el único papa en la historia que ha visitado La Rioja. También pasó por estas tierras Íñigo López de Loyola, futuro San Ignacio de Loyola. Mercenario de Manrique de Lara, cobró de su señor los dineros que le debía, pagó las deudas a sus soldados y dejó al cargo del Duque de Nájera a María Villarreal de Loyola, niña nacida en Pedroso y que bien pudo ser una hija secreta. Desprendido de sus deberes en la Tierra, recorrió el Camino Ignaciano rumbo a la santidad.

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