El palacete perdido. 150 años y un recuerdo

El Palacete cumple 150 años. Plácidamente asomado al Espolón, como las mansiones de los ricachones neoyorquinos se asoman a Central Park, el Palacete de Gobierno, con su elegancia decimonónica y sus cornisas neoclásicas y sus escaleritas de recibir a las autoridades, cumple siglo y medio. Para celebrarlo, se han organizado, con gran éxito de público, visitas guiadas y hasta el propio presidente de La Rioja, José Ignacio Ceniceros, ha ejercido de ocasional cicerone por los laberínticos pasillos del caserón en el que hoy tiene su despacho.

Hay sin embargo una ausencia en este cumpleaños. Una extraña y dolorosa ausencia, en la quizá los jóvenes ni siquiera reparen pero que los demás logroñeses advierten a simple vista. Parece como si a la calle Vara de Rey le hubiesen arrancado una muela (una hermosa muela marfileña) y en su lugar le hubiesen colocado un implante barato.

El Palacete que hoy cumple 150 años tenía a su derecha, justo en la esquina con la calle Duquesa de la Victoria, un hermano casi gemelo. Menos barroco, de líneas más severas, pero de porte igualmente señorial. Lo habían construido en 1864. Unas grúas tremebundas, con el oportuno permiso municipal, derribaron el edificio, propiedad de la familia Cendra, el 16 de diciembre de 1976, antes de la constitución de los primeros ayuntamientos democráticos. Lo hicieron a toda prisa, antes de que a algún chupatintas entrometido y medio bolchevique se le ocurriera nombrarlo «bien de interés cultural» o algo parecido.

En aquella mansión instaló su clínica el doctor Cospedal, antepasado de la ministra de Defensa

Bajo aquellos cascotes quedó enterrada la memoria de la clínica ginecológica del doctor Antonio María Cospedal, antepasado de la actual ministra de Defensa. En los años 20 y 30, cuando parir hijos era, incluso para las mujeres más pudientes, un trabajo animal y peligroso, don Antonio María fundó en Logroño un sanatorio con salas de cirujía y radiodiagnóstico, esmerados cuidados higiénicos, un coqueto jardín y habitaciones de primera, segunda y tercera clase, según la capacidad económica de los enfermos. «Eran unas instalaciones fabulosas para la época, quirófanos incluidos», recordaba su hija Emilia hace diez años en las páginas de este periódico: «Él era ginecólogo en un tiempo en el que las mujeres daban a luz en casa, pero allí se operaba de todo o casi».

Cuando el doctor Cospedal cerró su clínica, después de la Guerra Civil, el palacete albergó primero las oficinas del Banco de Santader y, más tarde, las del Banco de Bilbao. Las entidades financieras acabaron emigrando a otros inmuebles de la ciudad y la mansión quedó sin uso, magnífica en su soledad, hasta que un mal día de diciembre de 1976 aparecieron unas grúas y se la cargaron. Acabaron vendiendo el solar a la comunidad autónoma.

Y luego pusieron ahí lo que pusieron.

Este artículo ha sido publicado en el periódico La Rioja y su autor es Pío García

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